Aunque parecía una hazaña imposible de cumplir, conseguimos llegar a nuestro destino. Parecía que las cosas se torcían en el último momento: el bicho vietnamita en mi espalda, un resfriado monumental el día antes de irnos y que, para colmo, al llegar al aeropuerto nos dicen que tenemos asientos separados. Dios mío, no se si voy a poder soportarlo, y yo que iba cargadita de dormidinas dispuesta a echar la cabeza en el hombrito de Pablo y sobar varias horas seguidas. Qué hago yo ahora? Arriesgarme a, entre sueños, echarle la cabeza al gordito de al lado y dejar caer mi babilla sobre su pechera? Tras un primer momento de incertidumbre conseguimos que nos cambiaran los asientos previo ruego de Pablo a una señora de la oficina de Qantas y mentir como un bellaco diciendo que su señora espoza está embarazada y necesitamos dos asientos juntos.
El caso es que lo conseguimos y además nos colocaron en la primera fila, la de las cunitas, con el correspondiente doble espacio para estirar las piernas. Si es que somos unos campeones, estamos ya muy trillados. (Nota de Pablo: Si es que después de China ya puedo con tó!!).
El caso es que lo conseguimos y además nos colocaron en la primera fila, la de las cunitas, con el correspondiente doble espacio para estirar las piernas. Si es que somos unos campeones, estamos ya muy trillados. (Nota de Pablo: Si es que después de China ya puedo con tó!!).
Pues llegar justo al otro extremo del mundo cuesta unas cuantas de horas, o de días, diría yo. De momento son 2,5 horas de ave a Madrid, 2 horas y media a Frankfurt, 12 a Singapur, otras 8 hasta Sidney y 3 más para llegar a Nueva Zelanda, todo eso, claro está, sin contar las malditas escalas.
Fuimos haciendo todos los vuelos bien, mejor de lo esperado pese a mi miedo a un viaje tan largo. El problema es que en Singapur, tras una hora de espera vemos que la gente se pone en la cola y abren la puerta de embarque. Ante la salida inminente decidimos tomarnos las dormidinas para que fueran haciendo efecto y cuando nos montáramos en el avión aprovecháramos las 8 horas de vuelo completas para dormir y llegar a Sidney a las 7 de la mañana recién despertados. Pues nos montamos en el avión y en cuanto nos sentamos nos entra a los dos un sueño incontrolable y nos quedamos sopita sin poder evitarlo. Pero lo malo es que una hora después nos despertamos a la voz de “todo el mundo abajo que el avión tiene un problema de frenos y no podemos volar de momento”. Madre mía, y nosotros con las dormidinas en plena ebullición sin poder mover ni un solo músculo, si yo creía que ya estábamos en el aire. Fue terrible tener que coger de nuevo las cosas y volver al aeropuerto. Allí nos unimos a Paco, un recién y feliz jubilado de Madrid que viajaba a Sidney a visitar a su hijo y Leyre, una vasca de iba de erasmus a Nueva Caledonia. Eran las 8 de la noche en Singapur cuando bajamos y hasta las 4 de la mañana nos tuvieron esperando a ver si arreglaban el avión y podíamos volar, y todo este tiempo aguantando los parpados superiores que de por sí, tendían a caerse irremediablemente. Al final deciden que no y que nos llevan a todos a un hotel hasta el día siguiente a las 8 de la noche que preveen que despeguemos. Y allí que estábamos Pablo y yo, con dos dormidinas mal dormidas a las 4 de la mañana en un autobús rumbo al centro de Singapur. Al menos nos consoló pensar que la segunda parte del viaje comenzaba como la primera, durmiendo en un hotel por una demora en el vuelo, y al final todo salió de lujo no? Quizás es una buena señal. El hotel era el Carlton y estaba genial, pero no nos dio tiempo a disfrutarlo demasiado porque caímos en la cama como dos pesos pesados. Y aquí la tía no se despertó hasta las 2 del medio día siguiente, habiéndome perdido el desayuno buffet. Claro que directamente bajamos al comedor donde ya estaban sirviendo el almuerzo, y vaya almuerzo, había de todo! Hasta ostras, todo tipo de comida asiática, occidental, sushi, pescados, carnes... una pasada. Después de comer, un paseito rápido por el centro de Singapur, que por cierto está lleno de rascacielos y centros comerciales, y vuelta al hotel para salir hacia el aeropuerto. A las 8 efectivamente salió nuestro vuelo y a las 7 de la mañana de 24 horas más tarde aterrizábamos en Sidney.
Con Paco y Leyre esperando el vuelo