Adaptándonos a nuestra nueva vida en Lago Agrio, Ecuador



Mudarse a vivir a un sitio nuevo nunca es fácil. Podéis pensar que ya estamos acostumbrados, que lo hemos hecho muchas veces, que ésta ya es nuestra zona de confort… pues nada, error por vuestra parte. La realidad nunca es tan bonita como la pintan, y lo cierto es que los comienzos nunca fueron fáciles. En este caso se nos unía otra dificultad: por primera vez no nos ofrecían el alojamiento. Pero somos chicos de recursos, ¿acaso alguien pensó que no íbamos a ser capaces de solventar ese trámite? Pues Pablo. Eso era lo que más le agobiaba de la llegada.

                Ciertamente, la llegada fue un poco... incómoda (por decirlo de alguna forma). En el avión tuvimos la suerte de venir cada uno acostado en una fila de 4 (tenemos un truco para esto que no vamos a desvelar, pero lo cierto es que muchas veces podemos tumbarnos). Aun así, llegamos a Quito malos como perros tras más de 30 horas de viaje. Llegamos de mañana, y conseguimos aguantar todo el día pareciendo personas decentes. Pero por la noche, en cuanto me metí en la cama, se desató la bestia: el corazón me latía a 200 por hora y no paraba de ir al baño para largar igualmente por arriba que por abajo. Muy agradable, verdad? Y qué me pasaba? Pues que me dio el mal de altura. Eso pasa cuando llegas a un sitio de mucha altura viniendo del nivel del mar. Quito está a 2850 m y se ve que me afectó al cuerpo. No era la primera vez que me pasaba. Cuando cruzamos de Chile a Bolivia, en uno de los tours mas bonitos que hayamos hecho nunca, dormimos una noche a 5000 metros. Aquella noche creía que me moría, mi principal preocupación era que cuando Pablo se despertara por la mañana me encontraría cadáver y a ver cómo se las apañaba para repatriar mi cadáver. Me había dado mal de altura y estaba medianamente justificado por los 5000 m. Esta vez estábamos a 2850, pero se ve que mi cuerpo es un poco delicadito y sólo quiere playa. ¿Veis como tengo razón cuando digo que sólo quiero vivir en chanclas? Es cuestión de supervivencia. Amanecí igual de mala que dormí, pero nuestros amigos habían subido desde Lago Agrio sólo para bajarnos en coche. En coche? 6 horas metida en un coche? Pero si yo sólo quiero morirme!!! Pues si, 6 horitas metida en un coche me pasé, con los ojos cerrados y rezando a todos los dioses por llegar lo antes posible. Lo cierto es que, a medida que fuimos bajando de altitud, me fui encontrando mucho mejor.
QUITO ES UNA CIUDAD COLONIAL PRECIOSA. ESTA ES LA IGLESIA DE SANTO DOMINGO

                Y llegamos a Lago Agrio, nuestro hogar para el próximo año. Como no teníamos casa, nos llevaron a casa de Andrea, una colombiana que vive en una casa de 5 dormitorios a la que le interesaba alquilar las habitaciones. Y allí que nos quedamos, en una habitación con una ventana dando a un trastero (los que me conocen saben que soy una loquita de la luz). Allí pasamos una semana, hasta que un italiano que vivía en la casa se marchó y pudimos mudarnos a su habitación con grandes ventanales. Pero fueron días de crisis, de meternos en la cama, mirarnos a los ojos y preguntarnos: ¿qué mierda hacemos aquí? Pero que no cunda el pánico, esa fase es normal. La fase llamada “qué mierda hacemos aquí” siempre la sufrimos y siempre, a los pocos días, se acaba pasando. Efectivamente, a los pocos días empezamos a sentirnos mejor. De todas formas, el estar en una casa compartida nos afectaba también. Andrea es un encanto de niña, súper amable, no tiene nada que ver con ella. Es sólo que necesitamos nuestro espacio, que hemos convivido muchas veces en otras ONG y que siempre se nos hace cuesta arriba. Y que tenemos 40 tacos y muchos viviendo los dos solos, y compartir ya no está en nuestros planes. Así que desde pronto nos pusimos a buscar piso y no tardamos mucho en encontrarlo. Vimos uno pequeñito que nos pareció perfecto para nosotros y decidimos quedárnoslo. El problema es que aquí los apartamentos se alquilan vacíos, totalmente vacíos. La suerte es que Andrea se marcha a España en diciembre y andaba buscando alguien que le comprara todos los muebles. Unión perfecta, ella se quitaba un problema de encima y nosotros ganábamos una cama y una cocina. Así que el día 1 de octubre nos mudamos a nuestro piso, que aunque pequeñito nos ha quedado genial.
ESTE ES EL EDIFICIO POR FUERA, Y ESA VENTANA ABIERTA EN LA ESQUINA ES NUESTRO DORMITORIO

EL SALON-COCINA-COMEDOR

EL DORMITORIO

              Luego empezamos con el trabajo en el centro. El ISTEC es un instituto superior tecnológico en proceso de convertirse en universidad. Dan clases de 3 carreras diferentes a personas trabajadoras que sólo pueden asistir a clase los fines de semana, por eso trabajamos de miércoles a domingo: miércoles y jueves para preparar y corregir, y de viernes a domingo damos las clases. Hay mucha gente sin recursos que está becada: refugiados colombianos becados por ACNUR, indígenas becados por otra institución y gente sin recursos becados por el Istec. Y aunque hay de todo, a la mayoría le supone un esfuerzo enorme estar aquí y tienen un enorme interés por aprender y aprobar. El centro es precioso. Está a 12 km de Lago, todo rodeado de vegetación y con las paredes pintadas con murales. El sitio es una maravilla y, por suerte, los compañeros de trabajo son geniales. Entramos a las 8 y paramos a las 12 para comer. Comemos todos juntos en una cantina en la que cocinan de miedo. Eso sí, arroz cada día, que eso no puede faltar en cualquier plato que se precie. Para ellos, comer sin arroz es como para nosotros comer sin pan: un sinsentido. De 1 a 5 volvemos al curro y a las 5 a casita. Como el centro está muy lejos, siempre tenemos que estar buscando a algún alma caritativa que vaya en coche para que nos lleve hasta la ciudad. El bus te deja en el km 12 de la carretera y la finca está 2 km adentro. Y aquí llueve mucho.
EL CENTRO DESDE LA ENTRADA
LOS EDIFICIOS PRINCIPALES
LA ENTRADA
ESTA ES LA SALA DE PROFESORES. AQUÍ ME SIENTO YO, CON MI PABLITO A LA IZQUIERDA, QUE MAS PUEDO PEDIR?
LA CANTINA
LOS TERRENOS DEL CENTRO SON INMENSOS Y HAY HUERTOS EN LOS QUE CULTIVAN VERDURAS ECOLÓGICAS QUE PODEMOS COMPRAR
UNO DE LOS MURALES EN UNA DE LAS PAREDES DEL CENTRO

                De momento somos profesores novatos y no nos da la vida para preparar clases y corregir. Los fines de semana (para nosotros lunes y martes) también nos los pasamos trabajando desde casa para adelantar tarea. Las clases son de 2 horas y a mi se me hace duro mantener durante dos horas la atención de 40 personas. Pero me gusta. Me encanta que me llamen Licen, de Licenciada, que se rían con las tonterías que digo o que me escuchen atentamente. Me siento un poco como un artista sobre el escenario, tienes que darlo todo para mantener su atención. De momento yo, que no soy de sudar, sudo como un pollo en el aula. Eso si, el esfuerzo tiene su recompensa y el otro día me dijeron que les encantan mis clases.
EN EL AULA DANDO CLASE, PILLADA POR PABLO A TRAVÉS DE UNA VENTANA

                Así que, poco a poco, nos vamos adaptando a nuestro nuevo horario, nuestro nuevo trabajo, la nueva ciudad. Adaptarse, adaptarse, adaptarse. La vida es una continua adaptación a las circunstancias. A nosotros ese reto nos gusta. Por eso estamos aquí, y aquí seguiremos durante el próximo año, aunque nos coman los mosquitos.

La aventura de Pablo y Elena Web Developer