Estamos en África. No se
si decir por fin, o demasiado pronto, o no se, pero estos días han
sido algo tan raro como el sentimiento que tenemos ahora. Llegamos a
casa con ilusión de una nueva aventura pero nunca pensamos que todo
saliera tan rápido. De verdad os digo que ha sido una absoluta
locura para dejar mi empresa liquidada, los papeles preparados, los
visados, las despedidas... tanto trabajo que no hemos tenido tiempo
casi de sentarnos en nuestro sofá, con las ganas que tenía yo de un
diíta de relax en mi sofá con la postura que tengo yo ya cogida,
que el sofá parece que tiene nuestro hueco hecho. Pero nada, no ha
habido tiempo, ni de siestas, ni de paseos por Sevilla, ni de cenar
en mi restaurante favorito, no ha dado tiempo de nada.
Después de mucho
movernos, los visados estuvieron el miércoles pasado, así que ese
mismo día, sobre la marcha, compramos los billetes de ave para el
sábado y el avión para el domingo, más al límite imposible. Menos
mal que a nosotros nos va ese rollo de coger el avión en el último
minuto, pero no por eso hemos estado menos estresados. Que tengo yo
la sensación de no haber comido todas las cosas que yo tenía
antojaditas de mi madre, y mira que nos ha mimado estos días. Pero
se ve que tres semanas no son suficientes cuando se trata de comidita
de tu madre, y de tu suegra, que también nos ha preparado algún que
otro plato delicioso.
El caso es que después
de tanto estrés el sábado a las 9 de la noche cogimos el ave. Y fue
desastroso porque como el avión salía a las 6 de la mañana pues
nos tocó dormir en el aeropuerto porque no daba tiempo de mucho más.
Y allí estábamos los dos, que dábamos una penita, a la 1 de la
madrugada tirados en el suelo helado, muertos de sueño, esperando
que a las 4 abrieran los mostradores para facturar el equipaje.
Porque llevábamos equipaje para llenar dos contenedores. Claro que
no es lo mismo andar viajando de un sitio para otro, que con dos
pantalones y 4 camisetas te las apañas, a irte para estar permanente
en un sitio, no se sabe muy bien si para dos meses o un año, y
teniendo que trabajar, con lo que ello conlleva. Así que nos liamos
a meter cosas en la maleta que yo ni sabia que tenía tanta ropa.
Como 20 kilos de equipaje, que algunas pensarán que no es tanto pero
que para mi es una barbaridad absoluta.
El viaje se hace largo,
porque aunque de Madrid a Malabo, la capital, no llega a 6 horas en
vuelo directo, el vuelo más barato que encontramos (aun así
carísimo, casi 1200 euros el mío, que a Pablo se lo han pagado)
pasaba por Frankfurt, una escala de 3 horas, y luego 8 horas de vuelo
hasta Malabo con parada técnica en Abuja, la capital de Nigeria.
Todo un lío para desembarcar a las 7 de la tarde en la capital
Guineana.